Benito está a punto de jubilarse y cuando lo haga no tendrá de que preocuparse porque ha ahorrado para llegado el momento; apoltronarse en su sillón sin ponerse ya el traje ni portar gafete.
Benito se despide del bufete, le regalan un reloj de oro y una palmadita en la espalda que está cansada de fregarse horas extras y jornada continua.
El siempre lo decía -le perteneces a la compañía- pero ahora sin que le digan que hacer, la extraña, y desearía que aunque fuera lo pusieran a archivar entre los anaqueles.
Tiene tanto tiempo y no sabe que hacer con este, porque la imaginación como los intereses se le secaron con los años de hacer para otro las labores y postergar su vida.