Había una vez una niña
que aprendió a garapiñar
almendras y cacahuates,
garapiñaba
a nueces y frutas todas
y su fama le antecedía,
así que se vendian bien
sus golosinas.
Un dia, su abuelita
se puso fria,
la cubrió
con un cálido colchón
de almíbar y moras
y se conservó dulce
en su mecedora.