La urraca llenaba su nido de cosas refulgentes que encontraba. Pedazos de metal, espejos. Aunque nunca se topó con oro se suponía dueña de una fortuna, que atesoraba sin deshacerse de nada. Después de recolectar tanto su nido cayó a tierra debido al peso de los objetos. Celosa de su tesoro se dedicó a cuidarlo sin preocuparse de encontrar un refugio para si misma. Ya no volaba por permanecer junto a sus valores, por celar el brillo que imaginaba suyo.