Cuantas veces pensaba en lo que habían dicho, preguntándome a que se referían, transformando en rencor comentarios vacios. No podía como muchos hacen no importarme nada. Mi mente ávida de sentimientos se sentía víctima de la ira y la envidia, que existían, era un hecho, que flotaban en el cuarto y aunque no dirigidos a mi los asumía.
Cuantas veces ignoré que lo que escupían tan sólo hablaba de ellos, de su propia vida.
Cuantas veces no debí de haberme manchado la camisa llevando a casa en el portafolio para el fin de semana restos de la oficina.
Como sus escritorios con montañas de papeles con asuntos de otros, esos colegas, son espejos que no reflejan.
Cuando en alguna ocasión se abrían a confesiones y pesares no hize caso, no escuché, era lo más sano.
Cuantas veces me sentí explotado, pensando que era maldad su insensibilidad y ceguera.
Que mínima compasión nos tuvimos y tan poca paciencia.