Publicado en El Comercio Digital de Gijón
Autor: Mercedes Gallego
Combativo hasta la muerte
Muere Norman Mailer a los 84 años, el gran intelectual de izquierda norteamericano, antibelicista declarado y antifeminista confeso
«Nadie me invita a comparecer en las grandes cadenas de televisión, a lo más que puedo aspirar es a aparecer en un programa minoritario de cable». Así hablaba el gran intelectual americano del siglo XX Norman Mailer (New Jersey, 1923) hace pocos años. Ayer, su muerte pasó de puntillas por esas cadenas de televisión a las que acusaba de devorar al país hasta convertirlo «en un lugar más zafio, más barato, más burdo», donde «se está dando una aceptación natural del fascismo».
Ese era Mailer, combativo y crítico hasta su muerte, a los 84 años de edad, en el hospital Monte Sinai de Nueva York, donde fue hospitalizado el mes pasado por problemas respiratorios.
Cuando la Casa Blanca quiere que una noticia pase desapercibida la anuncia a última hora del viernes. Al morirse en sábado Mailer quedaba fuera de juego incluso para el emblemático periódico semanal que fundó en 1955 con otros intelectuales, 'The Village Voice', cuya página web no se daba por enterada de la desaparición de su progenitor.
Mailer, ganador de dos premios Pulitzer por 'Los ejércitos de la noche' (1968) y 'La canción del verdugo' (1979), es considerado junto a Truman Capote y Tom Wolf como uno de los padres del nuevo periodismo. Sus ensayos, su periodismo político y sus agudas críticas le convirtieron también en uno de los grandes intelectuales de la izquierda estadounidense, junto a Susan Sontag y Gore Vidal, aunque todos eran demasiado críticos como para identificarse con el dogmatismo de la izquierda. En el caso de Mailer, que llegó a presentarse en 1969 a candidato para la alcaldía de Nueva York, se autodenominó «un conservador de izquierda», lema de su campaña ante lo que consideraba un callejón sin salida: «Ni la derecha ni la izquierda tienen razón, y el centro es un desastre». En ese centro colocaba a las corporaciones, a las que acusaba de estar cambiando el estilo del mundo, sometiéndonos a todos a un molde único», decía. «Es la cultura del mal, las superautopistas y el plástico».
Había tenido una vida intensa, con seis mujeres y nueve hijos, que terminó como siempre quiso, con la pluma en la mano, ya que este mismo año había publicado su último libro, 'El castillo en el bosque', una novela en la que un siervo de Satanás narra la vida del joven Adolf Hitler. Escribir se había convertido para él en una tortura debido a la artritis que padecía. «Escribir te destroza el cuerpo; te sientas ahí en la silla, hora tras hora, y sudas tinta para sacar unas pocas palabras», dijo en una extensa entrevista de más de 20 horas de televisión que concedió hace siete años a dos periodistas franceses.
El verbo en la sangre
Una declaración tortuosa en alguien a quien el verbo le fluía en la sangre, como prueban sus más de 60 libros. La hacía frente a las costas de Massachussets, adonde se había trasladado con su última esposa, Norris Church, 26 años menor, porque «ya no podía disfrutar de Nueva York», dijo en la entrevista. «Al hacerte viejo, te haces más delicado. Me molestaba el aire contaminado. Me irritaba el tráfico, y si salía y lo pasaba bien en una fiesta, al día siguiente no podía trabajar ni la mitad de bien».
Su primer relato había visto la luz cuando sólo tenía 18 años. A los 25, cuando volvió de luchar en la Segunda Guerra Mundial, se convirtió en uno de los escritores más grandes de su tiempo con la novela 'Los desnudos y los muertos', que basó en su experiencia.
En las siguientes décadas combatiría la 'caza de brujas' del macartismo, abanderaría la lucha pacífista contra Vietnam, siendo incluso detenido durante una de las protestas, escribiría guiones para Hollywood y algunas de las biografías más famosas de su tiempo, como la de Marilyn Monroe, Pablo Picasso y Lee Harvey Oswald.
Pero fue su introspección en la personalidad de un asesino, Gary Gilmore, lo que le conduciría a uno de sus pecados más terribles de los que se arrepentiría hasta en su lecho de muerte. Mailer entabló correspondencia con Jack Abbot, un asesino hijo de una prostituta china con un marinero irlandés que había ingresado en prisión a los 12 años de edad, en el que creyó ver a una pluma talentosa enterrada por las circunstancias de la vida. Con la ayuda de otros intelectuales logró sacarlo de la cárcel en libertad provisional y convertirlo en un escritor de éxito, pero en menos de un año había vuelto a matar. «Me sentí completamente responsable», confesó a los periodistas franceses una de las pocas veces que aceptó hablar del tema. «Sabía que Jack necesitaba mucha ayuda y que lo que le hacía falta de verdad era alguien que pudiera pasar una cantidad prodigiosa de tiempo con él todas las noches, verle, vivir con él en la forma en que los de alcohólicos anónimos viven con un borracho», dijo Mailer: «Yo no lo hice».
Una vena fea
El otro demonio que arrastraba fue el apuñalamiento de su segunda esposa al final de una fiesta que había durado toda la noche, que atribuyó a «una vena fea, oscura y competitiva». Dijo que lo lamentaría hasta el resto de sus días, pero se libró de que arruinara su vida porque ella no presentó cargos.
Era la cara oscura de un hombre amable que destilaba tanta violencia en sus libros que llegó a enfrentarse con el movimiento feminista, por el machismo de algunas de las escenas sexuales que describía. Sus últimos pronósticos políticos fueron para Irak, un país en el que no creía que se pudiera imponer «una democracia decente», y George W. Bush, «un necio sin fisuras» al que calificó de «el presidente más estúpido que hemos tenido», dijo. «Es indignante saberse gobernado por idiotas de ese calibre».
Pero también pareció encontrar en su hora final una paz espiritual entre lo humano y lo divino. «Creo en la existencia del bien y el mal, tengo razones para pensar que tanto Dios como el diablo existen», declaró en sus últimos años. «No creo que haya un dios todopoderoso, porque entonces no habría excusa para él o para ella, pero sí creo en la existencia de un dios menor, que hace lo que puede, como cualquiera de nosotros».
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