Eran las 8 de la mañana en punto cuando el flamante Mercedes Benz negro suavemente se aparcó a la orilla del supuesto; nunca comprobado, edificio central de inteligencia de la compañía. Del auto se bajó un ratón vistiendo un traje Armani a la medida, lentes oscuros Dolce&Gabbana y guantes blancos impecables.
No saludó a nadie, se veía mas bien, molesto. Caminando a un paso enérgico se dirigió a los elevadores, sus asistentes se aseguraron que no hubiera nadie a su derredor. El roedor director general subió al ascensor para dirigirse a la sala de juntas. En ella, tras una mesa de cedro pulido esperaban el resto de los accionistas, un pato egoísta y chistoso y un personaje alto y flaco, un tanto estúpido con un sombrerito, balbuceando no mas que buhjjaaa, buhjjaaa...
El jefe ratón llego muy cabrón dando un manazo con su elegante guante sobre la mesa, tanto se sintió que las perfectamente enfriadas botellas de Evian se cayeron a todo lo largo. Encabronado gritoneaba extendiendo un brazo hacia las estadísticas que a su lado derecho se mostraban dando click con su pequeño control de imágenes en Powerpoint. Los parques de diversiones habían descendido dramaticamente en el nivel de preferencia de los pequeños frente a los videojuegos y otras actividades. Y como es sabido los que pagan son los papás, pero que tal si se les ocurriera investigar a estos lo que realmente quieren sus pequeños querubines, ¡la ruina! -gritaba- y agitaba los brazos cortos y muy delgados. Los accionistas miraban impávidos sin saber que contestar a su sanguinario jefe.
El único sonido que provenia de la sala era el de un perro naranja con nariz negra y lengua de fuera que ladraba y ladraba y no estoy seguro si el ratón jefe lo apreciaba o lo odiaba, porque repetidamente le decía Shut up puto!, shut up!