El primer reto, más que la cultura o el idioma fueron los distintos acentos. Para ser Reino Unido un territorio tan breve es sorprendente las distintas ideologías y formas de hablar que engloba. Contestar el teléfono en el trabajo, por ejemplo, me ponía a sudar las manos ligeramente y por más que quisiera concentrarme a los pocos segundos ya me encontraba preguntándome que querrían decir del otro lado de la línea y para cuando volvía a la conversación (?) era ya demasiado tarde.
Ahora la situación ha cambiado, si la costumbre me ha permitido notar las diferencias o tal vez entender en un 40% y adivinar un 30% y el resto ponerlo en contexto algo que aún se me desliza es el sarcasmo tan arraigado y trabajado que se maneja en estas partes. Dos días después me entero y mejor me rio porque corajes ¿para qué? Y no es que sea un iluso neófito, de hecho me consideraba un poco diestro.
Pero en realidad creo que no se me da, porque como el albúr, el arte del sarcasmo se sitúa en un un punto de abilidad de ventaja intelectual o experiencia en donde se abusa del otro. Y no es que me de baños de pureza, que no me quedan, mas bien sospecho que soy inepto, teto o solamente güevón pero por ahora el esfuerzo requerido es demasiado y no encuentro aún la utilidad o la satisfacción de burlarme del otro.
Prefiero decir netas, pero es bien sabido que a nadie le gusta que se las digan, por eso intentamos cualquier truco del idioma que nos permita mentir, ocultar, ironizar, burlar. Y que divertidos pueden ser esos recovecos.
En lo personal prefiero las ironías y contradicciones que se vengan por si mismas de nuestra importancia personal, sin dejarnos mas que un suspiro, un estado de aparente desnudez ante la realidad o si estamos atentos, un flashazo de lo inútil de tomarnos en serio en demasía.