En fin, me divertí y me reí, que en estos tiempos es demasiado pedir para una peli. Me trajo un montón de recuerdos de las grandes salas de cine que había antes, como el Gran Cine Radio, en donde mostraban programas dobles y triples, hasta cuádruples, matineés en donde lo mismo se podía ver a Godzilla que al Santo que a Charles Bronson, Bruce Lee o Capulina.
Los asientos duros, los pisos pegajosos de extrañas y añejas sustancias, los avances de películas que prometían toda una aventura, a diferencia de las actuales que te presentan las únicas dos escenas chistosas del filme. El noticiero continental, buenísimo. Los dulces PEZ (uno de los mejores inventos de la historia sin duda) las bolsas de Sugus. La bocanada de aire antes de entrar al baño para no tener que respirar adentro, los personajes lúgubres, y el olor característico a miados de estas salas, que generalmente eran enormes teatros de dos niveles. El chiflido del gandul llegando tarde, la pareja fajando. Que gran pérdida todas esas salas ahora convertidas la mayoría en mueblerías. Cuando los programas dobles ya no eran redituables, estas salas ofrecían películas de ficheras, porno o pseudo-eróticas, que eran el escape para pervertidos, desocupados, estudiantes, gente que quería jetearse un rato o reírse junto a los cuates de los verduleros compinches del maestro Alfonso Zayas. En tiempos en que los cines de arte eran una utopía, los cines piojos eran el lugar en donde de vez en vez ponían por equivocación alguna de Sam Peckinpah o alguna de Almodóvar porque contenía violencia gráfica o algún desnudo.
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