Thursday 7 February 2008

Escudo humano

Liverpool, 2003.
De los escudos humanos que salían de Londres a Bagdag en altos autobuses de dos pisos, tan sólo conocí a Mercedes. Yo no tenía que trabajar ese día en el café, pero una compañera me pidió cubrirla. Mercedes llegó al mostrador y sin molestarse en pedir en inglés, con un fuerte acento madrileño pidió un café con leche. Se lo serví y hasta ese instánte se percató que estábamos hablando en español. Se acomodó en la barra y mientras yo atendía a los demás clientes así como si nada empezó a contarme sobre su vida. Necesitaba hablar supongo. Me dijo que tomaría el tren de Liverpool a Londres en tan sólo unas horas. En Londres se reuniría con gente de todas partes del mundo, en especial de Europa. Irían a detener las bombas que estarían dirigidas a los civiles.
Por principio me pareció una mujer valerosa. Había trabajado en una empresa de computación por varios años. Un buen día la dejó. Vendió la mayoría de sus posesiones y se fue a vivir de okupa en una casa abandonada, con un grupo de desconocidos. Mercedes tenía el rostro angulado, ojos verdes y la cara marcada por batallas nocturnas libradas entre café y nicotina. Ella creía en la justicia. Yo tenía que hablar y concentrarme en levantar suficiente espuma para un pedido de tres cappucinos grandes para llevar. Mercedes llevaba no más que una bolsa con un poco de ropa, su pasaporte y una tarjeta de crédito platinum de su padre. Tenía la mirada cansada. Me dio un discurso muy detallado de sus razones para ir a defender a la gente de Irak. Más que explicarme, sentía que trataba de justificar sus razones. El plan mas conveniente -pensaba ella- sería concentrar a los escudos humanos en las plantas de energía, las supuestas "bombas inteligentes" arrasarían con los blancos militares primero. No se atreverían a bombardear la planta eléctrica mientras hubiera civiles de todas partes del mundo para dar testimonio, aún Estadounidenses. Empezó a llegar más gente al café, siempre sucedía así entre diez y once de la mañana. Tomaba pedidos y hacía café sin dejar de poner atención a las palabras de Mercedes. El dueño del café sutilmente me exigía velocidad.
Terminó su café y se despidió rapidamente. Le desee suerte, sabiendo que la necesitaria. Salió, cruzando primero la puerta y enseguida la neblina que levantaba sin permitir la mirada.
Unos dias más tarde, a mediodía caminando por el centro de Liverpool vi nacer al final de la calle una manifestación en contra de la guerra. La integraban en su mayoría gente de la universidad, personas de fe musulmana. Líneas de policias los resguardaban a ambos lados. Había mucha tensión en el ambiente. Se gritaban consignas en contra de la guerra. Los oficinistas se asomaban, los policias esperaban la menor provocación que no llegaba, los jóvenes gritaban impulsados por el coraje. Había inconformidad, cierto, pero también habia mucho miedo. De parte de todos.
Recordé a Mercedes dias más tarde leyendo The Independent. Los soldados habían obligado a salir de Irak a los escudos humanos. Algunos esperaban en Amman, para volver a infiltrarse, otros regresaban a sus paises. Había mucho de martirio en la mirada de Mercedes, ahora que lo recuerdo. Fue a decir que no estaba de acuerdo, debió haber gritado con todos sus pulmones y su fuerza. Mercedes estaba cansada. Quería limpiarse las manos de ser parte de los juegos de poder, quería rebelarse: ¡No estoy de acuerdo! Tal vez también prefería morir. Morir por lo que creía verdadero. ¿Pero no es eso también tratar de escapar? Terminar de una vez la injusticia del mundo siendo un mártir en lugar de resistir pacificamente y de una forma personal. Ni todas las marchas del mundo, ni el descontento mayoritario lograron detener la guerra. Pero, ¿se ha terminado realmente? O es que siguen cayendo en nuestra tranquilidad, en nuestro interior bombas cargadas de miedos, de desesperanza.
Si su arma es el miedo, la nuestra es saber que no hay que temer.