Si fuera un infante, que por primera vez escucha sobre alguna religión que promete el paraíso como un lugar al que accedes después de una vida de sufimientos y viscicitudes, tal vez pensaría si tuviera cierta profundidad: pero si es la gloria que me promete la televisión, lo que puedo obtener con una tarjeta de crédito negra y fama, los contactos debidos, seguro y habilidad para la cacería; y sin sufrimiento, ñaah que.
A las iglesias les falta buen marketing para recuperar mercado. Las promesas no las cree ya nadie. El miedo ya no jala.