Viernes, Londres. El lugar se preparaba apenas para la hora del almuerzo. The Alcazar en Covent Garden era un restaurant-bar en lo que habría sido una bodega o un fallido night-club. El único barman, de cabeza rapada y una rala barba se notaba ocupado acomodando las botellas de cerveza importada en el refrigerador, me dijo It'll be just a minute, mate antes de servirme mi martini. A tres asientos en la barra había un joven ejecutivo o socio de una firma de publicidad vistiendo un traje gris con delgadas rayas negras trazado a la medida bebiendo un Bloody Mary y revisando su BlackBerry. En una de las mesas del restaurant una pareja de japoneses con una hija adolescente pedían un muy prematuro almuerzo. Más allá dos tipos de alrededor de treinta años pidieron en la barra dos pints de extra-strong lager con un shot de vodka, lo que me pareció una variación curiosa a un pedido tradicional. Ambos vestían casual, se notaban incómodos en ropa nueva y no apta para cuerpos acostumbrados a camisetas y pants deportivos.
En determinado momento sin aviso alguno la música de fondo empezó a sonar, a un nivel medio para no molestar a la escasa clientela. El cambio del silencio al pop-conveniente fue un tanto brusco, por la seriedad asumida por el staff se podía pensar que el ruido marcaba el inicio de la faena.
Llegaron dos jóvenes muy altas y delgadas de piel blanquísima, del Este de Europa supongo, ambas vestidas en distintos tonos de negro y con cabezas extremadamente pequeñas y figuras espigadas hablando bastante alto; modelos de alguna de las agencias cercanas seguramente. Mientras seguía esperando a mi cita hojeaba el periódico que el local como cortesía proveía a los clientes, pero en realidad daba vistazos a los comensales que poco a poco llegaban, todos con una apariencia cansada, pero quien no está cansado en estos tiempos, unos más que otros, pero todos cansados.
Basado en un escenario y una coincidencia con el capítulo 6 de Armadillo de William Boyd.